En mi día a día, yendo y viniendo en la rutina, caminando a paso lento, como lo aprendí de mi sombra, camino sin mirar lejos, bailando con mi silencio, hablando con mi agenda mental, confundiéndome entre el bullicio que sube y baja del autobús, no sé quién abordo primero si tu o yo, lo cierto es que las miradas se cruzaron y cayeron en un hechizo infinito; tu insistente mirada, mi timidez sonrojada; mi corazón latiendo con toda fuerza y tus pasos acercándoseme, sólo me mirabas y sólo te percibía en el olor embriagante de tu presencia, cerré los ojos para no olvidarte, te sentaste a mi lado y caí en el éxtasis de tu cercanía, de tu forma, de tu camisa blanca. Eras un regalo del destino a las 8 de la mañana, un regalo que no me atreví a conservar, mi boca no pudo pronunciar palabra y la tuya parecía luchar por preguntar cualquier cosa; llegue a mi destino, ese mismo destino que nos alejo, ese destino burlón que no te ha regresado, que no ha puesto de nuevo ese autobús en mi camino. Te mire unos minutos, pero quedaste grabado por siempre en mi memoria, memoria que te busca de vez en cuando, que desea que los hilos del destino te muevan hacía mi, para volver a encontrarte antes de que el recuerdo sea color sepia, antes que sólo seas una breve anécdota de amor a primera vista.
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